El entroido (o lo que en el resto de la península llamamos carnavales) de Galicia tiene un componente folclórico, místico y bastante salvaje que siempre me ha atraído, como tantas cosas de esa tierra que ha sido mi casa por varios años.
Allí la tradición fluye y se transforma en unas fiestas que llegan a durar cinco semanas y que se personifican en unos seres que derivan de lo que hace años eran los recaudadores de impuestos. Estos trajes son diferentes según el lugar de Galicia (en Xinzo de Limia las pantallas que arman jaleo golpeando vejigas de vaca curtidas, los boteiros de Viana de Bolo visten unas máscaras floridas que pesan varios kilos o los vergalleiros de Sarreaus que a mí me recuerdan a las máscaras elegantes de Venecia).
Pero donde la fiesta alcanza, al menos bajo mi punto de vista, el éxtasis tradicional mayor es en Laza (Ourense) donde el carnaval se vuelve en una especie de histeria colectiva. Después de una batalla de trapos empapados en barro (la tradicional farrapada) aparecen los peliqueiros que azotan con sus látigos al personal que no les abre paso. La fiesta culmina con la morena, donde una comitiva tira barro con hormigas (a las que se enfurece con vinagre para que muerdan) a la multitud mientras les atiza con toxos (retamas con espinas). Finalmente desde una carroza se reparten recortes de careta de cerdo.
Estas fotos son del último entrodio de Laza.
Emociona ver a los más jóvenes vistiéndose de peliqueiros por primera vez delante de sus orgullosas familias e impacta ver la locura colectiva que surge en las calles empedradas de Laza.
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